jueves, 27 de diciembre de 2012

La mentira.

Hay todo un monumento a la mentira ahí afuera, míralo: las plazas están atestadas de gentes que no se miran porque tienen miedo de reconocerse en ojos ajenos y por las calles las mujeres amontonan  mierda en la alfombrilla de bienvenida de sus vecinas. Podemos salir a destrozarlo todo. Claro que podemos. Pero también podemos quedarnos a limpiar la vajilla de cristal que papá y mamá nos regalaron con las lágrimas que escupen todas esas mentiras. De las heridas ya mejor ni hablamos. En los parques los niños bailan a coro y entonan una canción que nos devora por dentro, porque habla de nosotros aunque no tengamos ni puta idea. El día que todo esto explote buscaremos una explicación en los charcos de sangre y lo único que veremos serán nuestros rostros de años atrás, riéndose de nosotros por la cara de estúpidos que se nos ha quedado con el paso de los días. Podemos seguir jugando con la mentira entre nuestras manos, claro que sí, podemos seguir alimentándola con el alpiste dogmático que hemos heredado, claro que si, podemos seguir mirando hacia otro lado y poner cara de asco cuando el olor y el dolor vienen de nuestro interior, claro que si, pero no podemos olvidar tampoco que llegará un día en el que mentira sea tan grande que ya no nos abarque entre los brazos, ni podamos esconderla debajo de la cama cuando vengan las visitas. Y después del amor, vienen los poemas.
Eternamente tuyo, Philosophia.

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