domingo, 13 de noviembre de 2011

Noches de ginebra y gelocatil.

Todavía recuerdo cuando me pasaba las noches
de taberna en taberna bebiéndome el olvido.
Salía cuando la cuidad se iba a dormir
y entraba muy pocas veces,
pues solía olvidar dónde cojones estaba mi casa.
Me arrimaba a rameras de profesión
por establecer algún tipo de vínculo
sin necesidad de hablar de algo en particular.
Se que siempre permanecerán jóvenes
pues ya saben que sus piernas son alas.
Y mientras yo me olvido
de que cada día soy mas viejo
su coño viene a recordármelo.
Acudía a garitos de ambiente para después
entrar en ese bar que tanto me gusta
en el que solo ponen Jazz de Coltrane
y poder hacer balance.
Balance de una juventud
que se conforma con lo vivido
y no tiene cojones para luchar por lo desconocido.
En el retiro de una noche que ya tocaba a su fin
hacía una penúltima parada en el local ese
en el que obligan a los camareros a vestir pajarita
aunque no sea Navidad, ni ninguna puta fiesta de guardar.
Me pedía un gin tonic y me fumaba un par de cigarrillos
haciendo tiempo hasta que llegue Dios
y como todas las noches entablemos conversación.
Intentaba ser elocuente y reirle las gracias
(por eso de que es el jefe)
pero sus chistes son muy malos
y alardea de un falso sibaritismo.
Además siempre me tocaba pagarle sus bloody mary
y salvarle los huevos en las peleas.
Con todo esto se me acababa la noche
y me volvía a casa
con la cabeza llena de sueños
y la cartera vacía.
Eternamente tuyo, Philosophia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario