martes, 10 de abril de 2012

Con llagas en los dedos. (2)

Son diez centímetros a ras de suelo
ni más,
ni menos.
Diez centímetros de pasión contenida
de generacionalidad ininterrumpida
de desgarrador silencio roto sólo por La Lágrima.


¡No lo bajéis más
no por favor
que me muero!


Oyes a un hermano que grita
y pide ayuda al cielo.
Y tú, mientras tanto
no puedes explicarte cómo diablos
puede caber por un hueco tan pequeño.
Pero Longinos cabalgará exultante
ante la escéptica mirada
de los que dicen que por ahí no cabía.


Y cabe, 
claro que cabe.


La cruz acaricia el dintel de la puerta
(¿o acaso es al revés?)
y los mozos
en una genuflexión casi idílica
lloran todas sus penas
a un Jesús que está ya muerto.


"¿Por qué te hicieron tan alto?"
grita una madre entre sollozos
porque su hijo se degolla las manos
arrastrándolas en penitencia.


Tranquila, mujer,
el barrón está ya fuera.


Mientras, los ancianos,
con mil y una procesiones a la espalda
se enjuagan las lágrimas
y miran hacia otro lado.


No llores más, viejo,
la Virgen atraviesa la puerta.


Y llegará una nueva primavera
y las llagas de tus dedos se habrán curado
para volver a abrirse
una vez más 
y diez
y ciento.


Y volviendo a casa haces a tu padre
la pregunta de todos los años:
-¿Me habrá visto el abuelo, papá?
Y tu padre, disimulando las lágrimas
te dirá:
-Pues claro que si hijo,
pues claro que si.
Eternamente tuyo, Philosophia.

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