viernes, 30 de noviembre de 2012

Una enfermedad llamada hombre.

Tenías que haber visto al amor
a punto de explotar a los pies de nuestra cama.

En serio, tenías que haberlo visto.
Era algo patético.

Tan triste que sólo podía resultar enternecedor.

Quizás el amor no sepa de celos ni de distancia
pero, joder, ahora echo tanto de menos verte
que lo pago con él.

Le pido que se aprenda tu nombre 
y que me lo repita hasta quedarme dormido.

Que pregunte al mañana dónde están 
tus besos y tus caricias.
Que lo haga, si tiene huevos.

Ya se me ha olvidado contra quién luchábamos
ese día que llovía tanto y esta ciudad era una fiesta.

Nos gustaba tanto bailar canciones insoportables
que nos quedamos encerrados en sus estribillos.

Te vi llorar, parapetada de vacío.

Rogué estar ciego.

Los ojos casi siempre me mienten.

Juego a pintar poesía en el rojo de tus labios
pero tú ya no sonríes y yo me enfado
y se cruza un desierto de silencios entre nosotros
y las dudas se descojonan de mi.

Con el tiempo he aprendido a curarme las heridas.
Con saliva. Y sudor.

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Acostúmbrate al olvido.
Es lo único que sirven en los bares
cuando están medio vacíos
a las siete de la mañana.

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Reía al ver sangrar a tu corazón
con mil llagas recorriendo su ser
adormeciendo recuerdos de ceniza
que emborronan la página en blanco
de mi vida.

Sabía que también era el mío
pero disfruto tanto riéndome de mi propia miseria
que ya me suda los huevos
lo que puedan decir.

Quizás algún día 
me platee dejar la cerveza
la marihuana y la poesía
pero no estoy dispuesto a quedarme desnudo
en este invierno tan frío.

A ti eso no te hacía tanta gracia.
Y lo entiendo.

Con el paso de los daños
me he convertido en un hijo de puta
que compra lo que no necesita
y añora lo que no le pertenece.
En un extranjero de lo absurdo
que escupe maldiciones sin nombre.

Pese a todo aún me pregunto
a qué sabrán ahora tus besos
encima de quién estarás cabalgando
de qué color te pintas los labios
qué rojo domina sus tierras
qué cabrón las llena de esperma
cuántos recuerdos te quedan de mi
y cuántos otros quemaste en la hoguera 
de los platos rotos.

Me he roto la cara a bofetadas
pensando en toda esa mierda
que me devora por dentro
pero revivo en cada poema.

La maldición del poeta
que se destroza por los bares,
ya sabes.

Voy a destrozarlo todo.

No pienso dejar nada en pie.

Y todo para decirte que te quiero,
joder.

Por si te interesa saberlo.

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No huyas si tienes un destino fijo
en el que camuflarte de los golpes.
No huyas si eres propensa a arrepentirte
de los actos que no existen.
No huyas si tus piernas flaquean
en cada nuevo paso.
No huyas.

Eternamente tuyo, Philosophia.



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