Me preguntas cómo es posible que siga siendo feliz,
cómo entre tanta mierda yo saco mi barca a navegar
y todavía no consigo hundirme.
La respuesta la sé de memoria
y aún así no tengo ni puta idea.
Imagino que sea esta maldita obsesión por escribir lo que vivo
y vivir lo que escribo
para paliar los daños de un domingo para la resaca.
Hoy apenas he bebido, y no me siento vivo.
Los poetas no siempre mentimos, cariño.
Cadáveres exquisitos inundan las hojas de mi cuaderno
y poco a poco consigo que no laceren tanto mi cabeza,
porque a parte del alcohol y algún babeo ocasional
necesito dormir para sentirme vivo.
A veces me enamoro de cosas increíbles. Tú.
Será quizás que la compleja simplicidad que esconde tu desnudo
ha terminado por sumirme en la locura.
Pero por favor, no dejes de hacerlo nunca.
Nací con treinta años, hijo de un padre borracho
y por madre una flor que por tantos capullos alrededor
no supo ni pudo florecer. Y se apaga. ¿No lo ves? Se apaga.
Tengo deudas con todos mis amigos, y sé que no se lo podré pagar,
apenas me dejan entrar en dos o tres garitos
porque tengo tendencia suicida a vomitar al tercer tequila,
esquizofrenia crónica al mezclar hachís y poesía
y síndrome de Stendhal al observarte por la mirilla.
¿Todavía quieres saber por qué no me hundo en la mierda?
Porque convivir con ella, te hace más fuerte.
Eternamente tuyo, Philosophia.
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