domingo, 16 de septiembre de 2012

La obra maestra.

Marzo especulando con soles etéreos que borren lágrimas
mientras Abril acecha con diluvios de sinrazones
que limpian la calle de poesía.
La política asiente satisfecha.
La vida llora. Sola. En los rincones.

¡No más lágrimas!

Junio despierta los corazones con la esperanza de un Septiembre para la disculpa. 
Sabemos que nunca llegará, y todavía esperamos.

Así, como quien espera al alba, 
como quien ve pasar todo un año, lírico, en la autopista del infierno,
derrocho versos cargados de satanismo y anticlericalismo.
Me perseguirán. Como siempre, me perseguirán.

Y es que soy un vampiro hecho ceniza, un libro sin abrir, el manual de instrucciones para con la vida y la muerte, la salida de emergencia de la filosofía, la caja de Pandora, Cerbero, San Pedro, el teléfono rojo. Una obra maestra. Una carga de dinamita.

Me excita la poesía. Siempre lo hizo.
Y la pobreza. La extrema pobreza que todo lo abarca.

El humo me atormenta, grita a la memoria que no existe
y la pide que se agote. La obliga.
Si... la obliga a buscarse un nuevo cuerpo que no esté tan destrozado.

Hay pesadillas que me dicen quien soy y aún así no tengo ni puta idea.
Arrastran carros cargados de ojos cerrados que me miran.
Y yo tiemblo porque mueven los resortes de todas mis arterias,
dibujan agujas en mis brazos y me estampan contra el techo,
ese jodido techo que hoy, precisamente hoy,
se ha maquillado de estrellas. Como tú aquel día.

Los niños de la última fila del aula me envuelven en un sudario,
sonrientes. Descubro la luz en la oscuridad. Nirvana.

Sé que soy verdad. Y a veces me engaño.
Busco mis manos para protegerme de sus golpes pero son de humo.
Me fumo el tiempo. Y la soledad.
La locura se mueve a sus anchas por mi piso. Puto okupa.

Salir a la calle se ha convertido en un saltar al vacío 
sin red y sin esperanzas
en el que se quiebran todos mis sueños contra el suelo.
Ya no sé si es porque llegó Diciembre
o por mi autodestructiva tendencia a crear basura
pero me ahogo en mi propio vómito cuando la ciudad escupe
facturas a pagar y ciertas visiones del paraíso. Apestan.

Me duele la ausencia. Me duele y me pesas. Tú.
¿Te acuerdas cuando el amor estaba de puta madre?
Ahora es como un hombre arrodillado que llora
y suplica un pico más para no desfallecer.
Es patético.
Deberías verlo.
Deberías verme.

Le odio, al hombre. Le odio y me odio y te odio.
No hay nada más vil que el odio. 
Quizás las mentiras.
Los poetas mentimos, cariño. 
Somos viles, rencorosos, odiosos y detestables. 
Pero a veces también tenemos miedo.
A la nada y a su todo, al cristianismo y su juego de guillotinas, 
a los ojos llorosos, a las manos temblorosas, a los puños cerrados,a las intentos, a los fallos. 
A las palabras. 
A la poesía.
Miedo. Tenemos miedo. Bien lo sabes.

Voy a pudrirme.
A cubrir mi cadáver con este quizás último poema.
Cuando vayas a tragarte lo que quede de mí tras el huracán
no mastiques mucho, 
siempre me dio vértigo esa trituradora de recuerdos que es el tiempo.
Ya sabes. Tú lo has vivido.

Iberia está sumergida, y me importa una puta mierda.
Y al tercer día, resucito.
Eternamente tuyo, Philosophia.

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