Abrí la puerta. La habitación era algo oscura, únicamente iluminada con la tenue luz de dos candiles que flotaban de la pared contraria a la que tenía una pequeña ventana (a la que yo decidí llamar la ventana al cielo) por la que no entraba mucha luz, pues pese a ser luna llena, esta, coqueta como ninguna, se ocultaba tras la imponente torre de la iglesia parroquial, situada en la escueta plaza mayor del poblado, acaso judío, acaso cristiano.
La habitación no estaba provista de mucha parafernalia, lo justo para poder ser una habitación bohemia: dos cuadros pintados sobre un tapiz de buena medida romanticista colgados a mala manera, uno representaba la caída al pecado desde un punto de vista animal, con un perro colgado de un árbol, de cuya boca salía un gato, de cuya boca salía un ratón, el cual vomitaba una manzana podrida, y el otro, compuesto por unas pinceladas sueltas de color rojo y amarillo que trataban de evocar un amanecer castellano con poco éxito. Además había un armario repleto de textos antiguos enrollados a modo de pergamino que parecían ser tratados entre nobles, o historias de ese calibre. La indumentaria de la habitación la coronaba un piano sucio, con las teclas polvorientas y las cuerdas oxidadas.
Había una mujer tocándolo, una mujer de gran belleza que parecía absorta, ensimismada, solo tocaba el piano, tocaba y tocaba, una y otra vez la misma canción. Una sinfonía desgarradora, combinaba una serie de notas acompañadas por los quejidos del viejo piano que partían el alma, una canción no del todo triste, no del todo alegre....
La razón de que nuestras miradas no se cruzaran es un misterio del que aún no se nada...la hablaba, pero ella solo tocaba, "solo" tocaba...
Nunca volví a verla, desconozco que será de ella y del piano, incluso desconozco si se o no volver a aquella habitación. No hablé con ella, nuestras miradas ni siquiera se cruzaron, no creo que ella fuera consciente de que yo estuve allí, pero hoy todavía tengo la sensación de que solo tocaba para mi...
Eternametne tuyo, Philosophia.
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