Todos conspiramos con nuevos amaneceres
que superen con creces los mil anteriores.
Todos conspiramos con nuevos amores
que al menos no se parezcan a los mil anteriores.
Todos conspiramos, o al menos casi todos.
Jugamos a ser dioses en los horóscopos
y el día a día nos da una patada en las pelotas
y nos dice que nuestras predicciones son una mierda,
decorada, pero mierda al fin y al cabo.
Todos conspiramos, o al menos casi todos.
Escupimos a este cielo azul, gris, casi negro
y este nos devuelve la saliva con sangre.
No sabemos si suya o nuestra, pero lo intuimos
con cada cicatriz que nos dejan los años.
Todos conspiramos, o al menos casi todos.
Y si al final resulta que todo esto es verdad
y todos conspiramos o casi todos,
y buscamos entre los huecos de las baldosas
nuevas entradas al cielo sin segurata,
y entre los huevos del talento queremos encontrar
ese acento argentino que se nos antoja tanto
y queremos inventar sábados sin la resaca venidera
que nos reciba con los brazos abiertos y la polla empalmada,
y, cuando finalmente juguemos a ser niños
cansados de darle patadas a una pelota
y nos imaginemos personajes pisoteados
por la injusticia de un pueblo, digamos Fuentovejuna,
tengamos en cuenta que todos,
o al menos casi todos, conspiramos.
Eternamente tuyo, Philosophia.
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