domingo, 1 de julio de 2012

La vida es (b)ella.



Podéis hablarme de cuentos chinos, pero yo la quiero mucho más que vosotros.

Está hecha de un acero inolvidable 
que me da miedo mirar por eso
del síndrome de Sthendal.
Pensáis que podéis conocerla
sólo con verla pasar coqueta por las aceras
pero no sabéis nada de sus besos sus defectos
sus piernas sus "hoy no quiero" 
sus noches de locura sus manías sus "te quiero"
su forma de sacarte del precipicio de la vida
su forma de enamorarte de su destino
su forma de cruzarse contigo y rozarte el culo
-y olvidarte de todo el puto mundo.

Que se callen todos los profetas.

He visto cómo desnudaba almas sólo con mirarlas
y poder contemplar el puto espectáculo 
que supone verla desnuda es algo que no puedo escribir
en un solo poema. 
Sus caderas son donde empieza y acaba el día
y la redención por la que derrite a todos los mortales
y por donde quiero empezar a pudrirme.
Camina sobre todos los poetas con su andar de gacela
su espalda arqueada y su culo en pompa fúnebre
esperando otro funeral más
pero siempre consigue que mande a todo el mundo a la mierda.

Esa mirada alquimista con la que te transforma 
cualquier tarde gris metalizada en una fiesta
y con la que hace que todo funcione.
Y es que no tenéis ni puta idea 
pero ella puede volar más que cien milagros
y muy por encima que mil poetas como yo.

Y si no me creéis, mirad sus alas.

Que me encanta cada momento con ella aunque ni piense en ello.

Es que cuando se va de casa sólo piensas en su vuelta
por esa forma que tiene de convertir las curvas en rectas
los obstáculos en atajos el negro en un blanco
reluciente que te cagas los finales en principios
las muertes en nacimientos de oro.
Y hablando de principios no recuerdo uno como el nuestro
cuando me dijo su nombre me dio dos besos
y tuve que sentarme para no marearme.

Digo su nombre y digo tantos a la vez.

Es que no sabéis quién es
aunque yo nunca termine ni quiera terminar nunca de conocerla porque todas sus mañanas me saben a poesía.

Y sus besos
no podría deciros cuánto me dicen sus besos.
Aún así quiero que me sigan engañando cuando terminan
pero nunca acaban del todo de conocerme.

Y todas y cada una de sus caricias con sabor a Dios.

La recitaría todos los poemas que ella me pidiese
si no los conociese antes de que yo los escriba
y si alguna vez sus ojos se convierten en manantiales 
de lágrimas de cristal y el aire no se lo explica
y el camino de rimel por sus mejillas me lleva a su boca
dejaré de creer en los milagros de los panes y los peces
y pensaré en la autodestrucción como la mejor de las salidas.

En conclusión si es que algún día concluye
me podéis decir lo buena y maravillosa que es vuestra vida
pero mi vida es bella porque mi vida es ella.
Eternamente tuyo, Philosophia.




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