sábado, 5 de noviembre de 2011

La divinidad de un Dios que no aparece.

Amigo, estoy introduciéndome en el mundo de las historias largas y las novelas, con lo cual voy a ir subiendo poco a poco capítulos de un libro que voy haciendo en los ratos libres que tengo. Espero que os guste, aquí dejo el primer capítulo:


La de Cnosos y el nacimiento.
En una época atemporal en un lugar inestable, condenado a la negación de toda su historia por la adversidad a la que la realidad estaba sometida, apareció una vez, hace mucho tiempo (aunque no sería adecuado hablar del tiempo en lugares de este tipo) un hombre dispuesto a todo, llamado a ser grande. Hablaría, y sus palabras serían escuchadas en este y otros mundos adyacentes a este. Su nombre era Alfa, y fue fruto del matrimonio entre Cnosos, un mercader que viajaba por el mundo diciendo vender perfumes y telares esmaltados, cuando en realidad traficaba con especias de esas que hacían a los hombres volverse locos y hablar de Dios, y La Canea, hija de un mercenario que logró amasar fortunas saqueando reinos vecinos y contrajo matrimonio (por una serie de circunstancias que no es conveniente citar aquí) con una hermosa infanta del reino de Kafkania  lugar en el que trascurrió la adolescencia y enseñanza del joven Alfa.
Poco antes del nacimiento de Alfa tuvo lugar un suceso que alejo al chico de su padre, fue una discusión que obligó a Cnosos a huir de la ciudad de Kafkania. La verdad es que el matrimonio entre los padres de Alfa no iba a buen puerto, y este suceso agravó aún más las cosas. La discusión vino precedida por las incesantes salidas que Cnosos realizaba al extranjero para “comerciar” y las grandes cantidades de oro que gastaba durante estos viajes. Tras uno de esos viajes Cnosos regresó a casa sobre un burro que lo traía inconsciente y apaleado hasta rozar la muerte; de ese incidente no llegó a soltar una palabra, pero Micenas, preocupado por la situación que su hija vivía se enteró de que esa paliza fue propinada por un grupo de matones de uno de villanos más peligrosos de la zona este de Micena, traficante de scripts, una clase de planta que ungida en la frente a modo de gasa provocaba en el hombre una dulce sensación de paz y tranquilidad, aunque también era un potente borrador de sentimientos. Así, Cnosos fue expulsado del reino ante la inseguridad que Micenas sentía hacía el bienestar de La Canea.
Después de este incidente nació Alfa, entre la cálida acogida del viejo Micenas, que largo tiempo llevaba ya esperando descendencia. El nacimiento del joven Alfa trajo mucha felicidad a la familia, y su Natvisná (una especie de comunión micena) fue celebrado por todo el reino con gran alegría.
Los primeros años de vida del joven Alfa fueron bastante tranquilos: recibió la mejor educación del reino, aprendió oratoria, lírica, matemáticas, astrología e incluso fue instruido para conocer la naturaleza. Tenía muchos amigos (algo lógico siendo el sucesor al trono de Kafkania) y se le sorteaban las pretendientas, pues, como siempre decía su madre, era todo un hombretón. Y lo era, ¡cómo que lo era! Alfa creció bajo una buena alimentación y sin vivir una estresante vida, lo que hizo que creciera sano, fuerte y listo, muy listo, lo ue sumado a su indudable  belleza, sin duda alguna heredada de su hermosa madre, La Canea, lo convertía en chico ideal para cualquier aldeana. Era un chico muy introvertido que amaba la escritura, sobre todo la poesía. Caminaba con un porte tranquilo y sereno, gustaba de dar largos paseos por el estanque de palacio y se pasaba horas y horas mirando las estrellas. Era lo que hoy día se conoce como un soñador.
Hasta que Alfa cumplió los 16 años él y su madre pasaban mucho tiempo juntos. Jugaban a una infinidad de juegos, reían, cantaban y saltaban con gran entusiasmo, su madre encontró por fin la alegría que Cnosos le había estado robando todos esos años.
 Poco después de su dieciséis cumpleaños Alfa comenzó a repudiar la compañía de su madre y se mostró más intimista. Dedicaba gran parte del día a escribir poemas, en el retiro del estanque.  Cuando su madre lo veía solo, con un trozo de papiro y una pluma escribiendo, no podía evitar soltar un par de lágrimas recordando cuando él tenía 5 años y se pasaban las noches enteras nombrando todas y cada una de las estrellas que veían en el firmamento.

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