Las dimensiones de esta ciudad siguen complicando el despertar espiritual de este filósofo noctámbulo...
Los carteles publicitarios que te incitan a un consumismo mas que sobrecargado, las luces de neón que te convierten en un pequeño ludópata del ruido, el incesante tráfico de máquinas que no saben mas que pitar y rugir o los rascacielos de mas de mil alturas que cosquillean las nubes son ese tipo de cosas que me descolocan por completo.
Esos taxis que nunca paran y pisan los charcos al pasar, esos metros que nunca llegan y te condenan a un triste caminar hasta casa o esos fortuitos encuentros de dos almas destinadas a cruzarse que nunca ocurren me roban pedacitos de vida sin tener una conciencia clara de ello.
La noches de lluvia que parecía verse solo en las películas, los "llego tarde al trabajo" y sus consecuentes prisas infundadas o la convivencia en dos palmos de terreno de gentes tan distintas disparan los índices de suicidios hasta límites insospechados, para que luego hablen de lo de Kurt....
Todo esto provoca en mi interior una serie prolongada de trastornos que van mas allá de un simple quebranto, y es que no conozco dimensiones que sobrepasen los márgenes de mi cuaderno, ni máquinas mas sofisticadas que mi boli.
Nos sigue faltando corazón que atraviese con cada latido las paredes de hormigón y nos sigue sobrando fuerza para seguir adelante. Hay muy pocos poemas felices, pero es que todavía no tenemos cojones a proclamar nuestro amor en público, no tenemos cojones a disfrutar de lo que aún es nuestro.
Por suerte aún me queda inocencia suficiente como para alumbrar con su luz mi camino. Por suerte aprendí a mirar directamente a los ojos para adelantarme a los acontecimientos y predecir los "te quiero".
Por suerte queda gente con narices rojas y sonrisas que regalar, gente que con un "¿Cómo están ustedes?" pueden alegrar el corazón de un niño huérfano...y eso, eso amigos, no se puede pagar con dinero...
Eternamente tuyo, Philosophia.
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