sábado, 14 de abril de 2012

Barrotes de bambú.

Resulta bastante utópico
querer atravesar todas esas paredes
que algún hijo de la gran puta
con nada mejor que hacer
que obligarnos a tropezar en el camino,
ha puesto en nuestras putas narices.
Y ni siquiera nos hemos dado cuenta.


Todas esas paredes
que en realidad son de un yeso que duele
y al tocarlas tienes la sensación de tocarte el alma,
se ríen de las ganas que tienes de saltar al vacío
desde el primer piso de tus dudas.
Y encima sin ascensor.


(Porque todas las dudas tienen un ascensor
llamado incredulidad,
sobre el que es mucho más fácil trepar
por la espalda de la vida).


Salir a la calle se ha convertido
en un carnaval en el que no sabes
qué es lo que te vas a encontrar.
Hay personas que se disfrazan de normalidad
y se camuflan entre el escepticismo popular
que ha empapado las aceras
y hay otros con disfraces
que ya no lo parecen tanto,
y que el hilo de la careta 
se les ha pegado tan fuerte a la piel
que apenas se reconocen
cuando se miran en el espejo.
En un puto juego de adivinanzas
en el que la superioridad de los trajes con corbata
le ha hecho un corte de mangas al destino
y traba el tuyo con una cárcel de barrotes de bambú.
Barrotes que ningún oso panda quiere roer.
En una puta ruleta española
en la que el revólver tenía más de una bala
y se te han disparado todas a ti.


Es posible que todavía piensen
que seguimos en-cerrados entre esos barrotes,
pero hace ya mucho tiempo que nos dimos cuenta 
que no estábamos dentro
sino fuera,
y llegará el momento
en el que este terremoto de ganas y deudas
estalle en la jodida cara del domador
y quede al servicio de las bestias.
Eternamente tuyo, Philosophia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario