Te apoyaste en la encimera de la cocina
anhelando polvos mejores
con el piti en una mano y el café en la otra.
Estás preciosa cuando acabas de levantarte,
creo que alguna vez te lo llegué a decir.
Me hablaste de la resaca de la noche anterior
como si de un animal domesticado
que hay que alimentar todas las noches se tratara.
Y la verdad es que así era.
Pero la resaca es un bicho que requiere de muchos cuidados
y cada dos o tres días te planta una vomitona en el salón.
Tenlo en cuenta cuando el camarero nos invite al tercer tequila,
y todas nuestras esperanzas de una noche tranquila
estallen contra el suelo.
También me hablaste de poesía y sin quererlo
de la comisura de tus labios se escaparon dos versos
que ahora que ya no estamos juntos
tengo la obligación de robarte:
"Ni se te ocurra decir jamás
que tu vida es una mierda, ¿entendido?"
En ese momento ninguno de los dos sabíamos
a qué cojones podías referirte
pero ahora al menos yo, lo sé.
Y es que aunque te prometí que me reformaría
no soy capaz de correr 20 minutos seguidos
sin que me duela la puta rodilla,
las coliflores que dejaste en la nevera
justo antes de marcharte
hace tiempo que se pusieron malas
-y ni siquiera las he tirado
fumo mucho, bebo demasiado
apenas como
y duermo mal, cuando duermo.
Ya sabes que siempre fui un animal salvaje, cariño.
Apuraste las dos últimas caladas del piti, la taza de café y eructaste.
No hay nada más bello que el eructo de una princesa.
Quizás sus orgasmos, pero eso es mejor dejarlo para otro poema.
Recuerdo que siempre que nos levantábamos los dos a la vez
-sería de las pocas cosas que llegamos a hacer juntos
me pedías que te contara lo que había soñado anoche.
Y ese día me lo volviste a preguntar.
"Cuéntame qué has soñado anoche, por si me sirve para un poema."
Te conté el sueño aquel en el que estaba solo en la ciudad
y de repente los edificios se convertían en los dedos de un mago
que trataba de meterme en su chistera.
Allí solo había telas de araña.
Cuando por fin logré salir de la chistera del mago
aparecí en un cementerio en el que me vi cavando mi propia tumba.
"¿Por qué haces eso?" Me pregunté.
"Porque tú me obligaste" Contesté.
Me empujé a la tumba y cuando caí allí no había arena,
sino mala hierba que no me quedó más remedio que fumar.
Del humo del peta comenzó a salir una especie de barco pirata
que me tomó como rehén.
En el mástil del barco había colgadas cientos de calaveras que se me imaginaron conocidas, y a veces no.
Después me tiraron por la proa, pero no caí al agua
sino que aparecí en una mesa donde otros doce me acompañaban.
Tomé el pan y el vino, y me fui corriendo.
Cuando topé contra una pared, desperté.
Estaba sudando pero tú me cogiste de la mano.
Ya estaba a salvo.
Te miré a los ojos y tú me miraste a mi
¿recuerdas la expresión de mis ojos?
Puede que sí la recuerdes.
Pues ahora mismo tengo esa misma mirada. Si.
Porque tengo miedo,
tengo miedo de los príncipes azules
de los viejos verdes
de los falsos rojos
de la rendición blanca
del negro de la muerte
del ámbar de los semáforos
y de su despotismo ilustrado.
Que tengo miedo, joder,
porque han pasado ya más de dos vidas
y tengo más de cien sueños esperando a ser contados.
Asi que cuando no tengas nada mejor que hacer
sueña conmigo
porque yo seguramente esté soñando contigo
y así, nos contamos qué ha sido de nuestra vida
desde que te piraste.
Por si nos sirve para un poema.
Eternamente tuyo, Philosophia.
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