jueves, 2 de agosto de 2012

No te haces una idea.

Ya está otra vez el insomnio 
aporreando la puerta de mi despertar
con su macabra danza de espejismos y duermevelas.
Es un buen amigo, al que cada día aguanto menos.
Lleno mis pensamientos de humo y cerveza
pongo en la tele la repe de alguna competición deportiva
y abro todas las ventanas.
Por si quieres entrar. Volando.


Hoy la luna está llena y tu sonrisa dibujada en ella.


Asusto a mis fantasmas con historias de nacimientos 
pero vienen a mí y se ríen esgrimiendo frases a medias
intentos y descartes.
Tengo que apagar la televisión porque acabo de darme cuenta
de que llevo un rato sin presentarlo atención.
Nada es capaz de borrar tu recuerdo.
Ni tan siquiera el fútbol.


Grito ahogado en mi silencio por no tener los huevos
de decirte que me vuelves loco
que me haces falta
y cientos de cosas más que me guardo para futuros poemas.
No sé muy bien cuánta verdad puedo tolerar
pero te aseguro que toda la que tú me quieras dar.
Y un poco más.


Me veo obligado a poner algo de música para no vomitar
y Nacho invade mi cabeza con notas desgarradas
olvidadas al norte del norte.
La música no deja de sonar, y todo parece fácil.
Voy a cerrar los ojos. Puedes hacerlo tú también.
Si quieres.
No te haces una idea de lo bien que se ve con los ojos cerrados.

El valor que me falta para comerte la boca y lo que sigue 
cada vez que te veo 
me hace un nudo en la garganta
tan grande como puños cerrados.
No te haces una idea de lo difícil que resulta tragar orgullo cuando tienes el corazón en carne viva y la laringe oxidada.


Y es que el tabaco me está rasgando la voz
me da un aire misterioso, como a Sabina,
pero sin la magia que sólo tú puedes darme.


¿Te imaginas enterrar en un estercolero
todas esas ganas que hablaban de nosotros
y todos esos deseos que nos unían?
Crecerían más grandes y más fuertes, cariño.


Sigo pensando en las ocasiones perdidas a tu lado
y su incansable coreografía de luces y sombras.
Y me cabreo. Y lo doy ostias a todo. Incluso a los sueños.
Tendrías que estar aquí para ver cómo estoy poniendo
el suelo, las paredes, las fotos, las cartas, los deseos.
No te haces una idea del dolor sangre que tienen tus fotos.
Pero en ninguna de ellas pierdes la sonrisa, joder.


Me miro las manos como esperando que las heridas se curen,
para hacerme a la idea que pueden cicatrizar solas.
O sea, sin ti. Y ya sé que eso es imposible.


Deberías ver la cara de tonto que se me ha quedado
cuando el humo me ha vuelto a dibujar tu recuerdo.
Creo que es por eso por lo que aún sigo fumando.


Puedes cabrearte conmigo todo lo que quieras
pero voy a volver a invocarte a esta fiesta pagana
a la que ni yo estoy invitado.
Me voy a colar en tu habitación a punta de erección
y lo voy a empapar todo de felicidad subliminal;
la almohada, los dibujos, las sábanas,
los poemas que un día te regalé, tu boca,
tus caderas, tus piernas, tu pecho, todo.
Después me voy a encerrar en la jaula de tu silencio
para convertirme en ese animal feroz 
que se come todos los monstruos de tus pesadillas.
Cuando quieras salgo, con el triple mortal hacia tu cama.

En fin, que me muero de ganas de decirte
que si tú no estás aquí los inviernos se me hacen cuesta arriba
los veranos no son más que un derretir de días y hielos
las primaveras añoran mejores tiempos para la lírica
y en los otoños mi copa -de vino- deshoja margaritas. Y viceversa.
Todavía sigo teniendo las ventanas abiertas,
para que entres cuando tú quieras
como sólo tú sabes hacerlo. Volando. Y desnuda.
Eternamente tuyo, Philosophia.

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