Odio desgravar de mis resacas
la base imponible de los besos.
Tener que restarle al total
de lo recaudado por mi virilidad
la parte soportada de tu coño.
Levantarse el día después
de una semana cada vez más irritante
de un mes que se ha apalancado
en el sofá de mi casa
y no llego nunca a su final.
Y en la nevera no hay nada más
que un bote de ketchup vacío
una botella de agua
(del grifo)y un yogur.
Caducado. Pero con fibra.
No tiene mucha relevancia
pero son las tres de la mañana
y no ponen nada bueno en la tele.
Desear que se acabe el mundo
o que alguien apague este interruptor
que tengo el espalda,
pero sin puñaladas traperas.
A poder ser.
Por experiencia sé que duele
como una puta revisión de próstata.
Hago como si me cepillo los dientes
dando la espalda al reflejo
de un espejo cabrón
y maldigo la cotización bursátil
de las borracheras
que bajan en tres puntos
las bolsas de mis ojos
y la especulación generada
en una barra de bar
cuando un culo pasa.
Me hago cada vez más gris
cuando apenas he sido metalizado
por eso de no cargar más peso
que el de mis propias dudas
y algún vómito ocasional.
Por vagancia o estupidez,
no sé muy bien por qué.
Es en ese momento,
cuando apenas me acuerdo de ti
por no dañar tu imagen
con mi imaginación
cuando me doy cuenta
de que soy dos cervezas más viejo.
Pero me da igual.
Eternamente tuyo, Philosophia.
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