A los cinco años recibió su primer regalo.
Una muñeca. Rubia, rechoncha y de trapo.
Para sus padres ella fue la muñeca de la casa,
traía la sonrisa a la boca de todos,
como por arte de magia.
O por la magia del arte.
Con los años la niñita cambió, creció y se multiplicó.
Cómo que si se multiplicó.
Era la muñeca de todos, el juguete con el que sonreír
(porque no sólo se sonríe de felicidad).
Extensiones rubias y labios rojos y carnosos...
esos putos labios...
Se casó con un hombre que no supo apreciar
de aquella hermosa muñeca más que el trapo
del que decían que estaba hecha.
Del que él la hizo sentirse...
Ahora todavía dicen que pregunta por su muñeca
por las calles de la ciudad.
Con el pelo enmarañado, un trapo en las manos
y menos vueltas del reloj por recorrer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario