Los domingos de resaca
se me antojan
como el día después
de una gran guerra.
Ocupando una trinchera
que me hace las veces de cama
y maldiciendo la mala puntería
que el día anterior
tuve con esa rubia.
Todavía pienso
que esa no es mi guerra
pero la cerveza
me nubla la memoria,
y vuelvo siempre a luchar.
En el campo de batalla
la ropa de ayer
manchada de vómito
(aunque me gusta pensar
que es sangre)
y algo de mierda
y casquillos
y fusiles oxidados
que he ido acumulando
en los robos
al bando contrario.
Perdí mi arma
por algún refugio
para fracasados,
y me temo que también
dejé allí mi alma.
Mientras la resaca
de otra derrota más
me sigue escupiendo la cara
recuerdo aquel poema
que escribí para ti,
aunque aún no te conociera.
Eternamente tuyo, Philosophia.
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