martes, 20 de marzo de 2012

Y todo giraba.

El día después de mañana
recojo las sobras de la orgía
que tuvo escenario en mi casa
aunque me temo que yo soy las sobras
o el que sobraba.
Nada de ropa.
Ni de rencores.
Ni de sollozos.
Sólo gemidos
y gemidos
y gemidos...


Todas y cada una de las variables
enloquecidas de mi vida
fueron deslizando su culo por mi cama
y dejaron todo lo bueno
enredado entre las sábanas.
No quiero pensar que yo
les hice cargar con todo lo malo mío.
Que es mucho.


La pelirroja de mirada altiva
y deseo ardiente.
La rubia de amenaza lasciva
y paréntesis amordazante.
La morena de la sonrisa de cristal
y la espalda curvada.


Este elenco de estrellas apagadas
por las luces de neón de locales
de mala muerte (o buena)
asestó un duro golpe a mi virilidad
desgastada por el alcohol
y ahora apesto a Brumel.


Y el algún momento imaginé
que todas se correrían al mismo tiempo
con la misma sensación de vacío
y que yo amanecería empapado
o empalmado.
Creí que las tocaba
y me tocaban,
que me ataban
y las ataba.
Pero resultó ser un cúmulo
de experiencias resecas...


La juventud de sus piernas
que son alas
se burló de mi y de mi polla,
pero tú volviste
a la resaca siguiente,
radiando una felicidad
que aún hoy no consigo quitarme de encima.


Y por eso,
perdona si cuando te follo
(por eso de que no sé hacer el amor)
digo otro nombre que no sea el tuyo.
Apiádate de mi,
porque tu nombre
es el de todas las mujeres.
Y todas ellas estuvieron
esa noche
en mi (nuestra) cama
aunque no lo sepan.
Eternamente tuyo, Philosophia.

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