Tiempo primero.
Escribo para engañar al calendario
a sabiendas de que es él
el que me engaña
con cada latido
con cada nuevo día.
Tiempo segundo.
En las aceras los charcos
me gritan tu nombre
mientras el Whisky
empieza a hacerme efecto.
Tiempo tercero.
Los cristales deshechos
en el suelo de mi cuarto
reflejan lo que fui,
lo que nunca quise ser.
Tiempo cuarto.
Mira a los pájaros.
Ellos no se preguntan
si son felices o no.
Por eso tienen alas.
Tiempo quinto.
No hay mañana
en los ojos de un niño
que esnifa pegamento
de una bolsa de plástico.
Plástico...
como el tacto de nuestros dedos.
Tiempo sexto.
La realidad,
como las borracheras,
tiene su límite
allá donde te lleven
unas copas de más.
Tiempo séptimo.
Deja de exhibir tu culo.
Deja de maquillarte.
Deja de comparte ropa cara.
¿No ves que aún sigue poniéndose la luna?
Tiempo octavo.
Llevo a cabo un trabajo
que no se si por legado
o antojo ocasional
llevará
como último poema
mi cadáver.
Tiempo noveno.
Desde un geriátrico
de poetas olvidados
un muchacho
con la mirada ausente
de sueños e ilusiones
pide a gritos
en la soledad de su folio
mejores tiempos para la lírica.
Tiempo décimo.
Logré olvidar tu recuerdo,
logré limitarme al alcohol.
Fui paseando mi sexo
entre borrachera
y borrachera,
pero ahora tu puto rostro
viene a darme una ostia en la cara.
Como una mala resaca
(como si hubiera alguna buena).
Tiempo undécimo.
¿Sabes esas ganas de desaparecer?
Me voy.
Si a alguien le he importado
ruego que me perdone.
Siempre fui muy descuidado.
Eternamente tuyo, Philosophia.
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