Vendo mi alma al diablo
cada dos o tres cervezas
en cuatro o cinco
tabernas distintas
antes de hablar con Dios
y acabar a ostias.
Viene para avisarme
que se acaba mi tiempo
(nuestro tiempo)
y yo no le creo
y me enfado
y grito
y gesticulo
y me hago el chulo
como cuando cruzabas,
coqueta,
por el cielo estrellado
y yo miraba resabiado
cuando sólo hacías caso
a los demás.
Me juré ser buena persona
en mi nueva vida
pero empiezo a sospechar
que volveré a engañarme
y a engañarte
porque soy un animal
que tiene miedo a fracasar,
como quien teme
su hábitat natural.
Mis resacas ya no saben a victoria,
a la victoria de otra noche
entre tus zarpas
de loba insaciable
que busca una presa fácil
que llevarse a la boca,
y que casualmente
(gracias a ti, maldito Dios)
durante algún tiempo
pude ser yo.
Creo que ya va siendo hora
de llamar a alguien
que arregle las goteras
que se dibujan en mis ojos
desde que decidimos
que tu culo
ya no me pertenecía.
Nos prometimos toda la vida
pero me perdí entre tus gemidos,
entre mi propio vómito,
entre mi propio escarnio,
entre tu coño,
y tus ganas de vivir,
en una espiral de decadencia
y pobreza desmedida
que tiñe ahora los retales
de mi puta vida.
Perdona que nunca te dijera
que tus piernas
son mi perdición
o que es con tu cara
con lo que sueño cada día
o que me tienes loco
y quiero morir entre tus brazos
o que te quiero
y no se cómo coño pude vivir
todos estos años sin haberte conocido,
aunque ya te esperara,
pero es que soy un mierda
camuflado en una mente de poeta
que aspira a la inmortalidad
de una copa llena
y una cama vacía
(me beberé las dudas igual).
Y yo me iré
buscando algún garito abierto
un lunes en el infierno
y con la esperanza
de que no me odies demasiado
por todas aquellas cosas
que nunca hice
o nunca hice bien.
Eternamente tuyo, Philosophia.
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