martes, 10 de enero de 2012

Jugando a jugar perdí.

Comencé a dedicarme
a esto del amor
harto de dar tumbos
entre garitos de mala muerte
y señoritas que fuman.
Siempre pensé que 
era un deporte
y como en la ruleta
perdí fortunas
por fallar 
entre el rojo o negro
del color de tus bragas.
El caballo ganador
o respingon
que se escondía en tu culo
me decía un día tras otro
que esta no era mi partida.
Tuve cientos 
de tiros libres
en cientos de coños distintos
y fallé en todos
y cada uno de ellos
(posteriormente se me acusó
de dopaje
y tenían razón).
Malgasté miles de carreras
por correr detrás
de la que no me
correspondía
o a la que yo
por necio
o por bastardo
no correspondí.
Lancé un touchdown
que fue a parar
a mi espejo
y mi propio gafe
me estalló en la cara.
Soy un delantero frustrado
de cara al corazón
hasta que contigo marqué
el gol de mi vida.
El puto árbitro
en este juego del amor,
Cupido o Caronte
(ya no se quién manda)
me lo anuló por fuera de juego
o posición antirreglamentaria
en tu cama.
Tengo todo el tiempo del mundo
y todos los dardos
disponibles
(sobretodo uno
erecto y atento
a tu caída
o a tu vaivén)
y así te amenazo
que esto no ha acabado
y espero
bebiendo algo refrescante
(la cerveza en lata
siempre me supo mejor)
a que empiece 
la segunda parte
de nuestro partido.
Ese en el que suelo ser un manta
pero tú me lo perdonas
entre gemido y gemido.
Eternamente tuyo, Philosophia.

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