Mientras eso
que tenéis
entre vosotros
crece y crece
cada día más
yo observo
agazapado
como ese animal
que soy
y siempre seré
desde la maleza
de una barra de bar,
asomado en la mirilla
de tus ojos
desde una habitación
sin ventanas
que apesta a
maldiciones,
humo y cerveza,
y hago llamar hogar.
Después de ti no hay nada.
El alfa y el omega
de mi folio
eres tú.
En algún rincón
de mi resaca todavía
me tocas.
O te tocas.
O le tocas.
O te toca.
Como Sabina dijo,
dos no es igual
que uno mas uno,
pero cuando cuento tres
ya no me sale la ecuación.
Y sé que soy muy malo
en las matemáticas
por eso me refugio
en las letras desordenadas
de poemas fáciles
que escribo borracho
y siento sereno.
Pero la inecuación
que hay entre tus piernas
siempre fue mi examen preferido.
Cateé una y otra vez
hasta que tú
te cansaste de este perdedor
y fuiste buscando a otro
que resolviese de una puta vez
el maldito problema
de tu fiereza.
Y así
entre llamadas sin respuesta
y cartas sin remitente
te fuiste
sin reparar las goteras de mi vida.
La partida de ajedrez
que jugamos
la amenaza par de tus pezones
y yo
está en tablas
y me temo que
así seguirá por un tiempo.
No soy muy bueno
en esto de las blancas y las negras
(como en casi todo)
y es que ya sabes
que el rey no vale nada
sin su reina
y creo
que me quedé la corona
(de hojarasca y mimbre)
en tu cama.
No soy un Serrat
ni un Kasparov
ni un Einstein,
sí que me creo un Quevedo
y apenas llego
a chupar el culo a Zafón
(con todos mis respetos,
o los pocos que queden).
Con esta mierda de parrafada
quería decirte
que inevitablemente
cualquier día de estos
voy a explotar.
Y me temo que
será en tu cara.
Eternamente tuyo, Philosophia.
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