Me duele la vida
como cuando
te veía desnuda
enredada en mi cama,
maldito pedestal
de carne y papel
que fue nuestro
nidito de amor
o de folleteo.
Añoro tus llegadas a mi
tus salidas a ninguna parte
tus enfados
tus manías
tus te quiero
tus ganas de hacerlo todo bien.
Tú.
Perdona que sea tan estúpido
pero es que con esta cara
y la pinta de imbécil que tengo
no me queda nada más
que olerte y recordar,
que escribir y añorar.
Prometimos no crecer nunca más
pero ahora creces tú
en solitario
en compañía de otros
que no son yo
que nunca lo serán.
Te escribo
con una mano en el corazón
o en la polla
(ya no se distinguirlos)
y la cabeza en ninguna parte
donde siempre estuvo
desde el día que te vi
y descubrí
que nada es necesario.
Cada madrugada
se me presentan
unas ganas de morir
que te mueres,
pero aguanto
noche tras noche
entre bar y bar
esperando que por casualidad
sea tu rostro
el que entre por la puerta.
Ya conozco de mi ignorancia
y de mi arrogancia
y de mi tolerancia a la lactosa
y a tu cuerpo
por eso perdóname otra vez
por encender los fuegos
que un día apagamos
sin sopesar los actos.
Los días de resaca
se visten de ti
aunque yo me empeñe
en decir que no
y rehuse de tus besos
por hacerme el chulo
sabiendo que me deshago
por tus huesos.
Sé que andarás por ahí
con un vestido nuevo
y un amante de más
que entre tú y yo
sabemos que sobra
(déjame pensar así).
No te canses nunca de mi
o por lo menos de mirarme
aunque sea de lejos
y con cara de asco,
que yo me encargaré
de cambiar las medias sonrisas
en lunas llenas.
Hoy se ha vuelto a empañar
el espejo de mi servicio
y casi lo prefiero
que ya no quiero ver
lo viejo que me hago
y lo mal que estoy
desde que tu culo
me dijo hasta luego.
Cada vez escribo más
y cada vez pensando más en ti
igual que cuando bebo.
Eternamente tuyo, Philosophia.
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